Este medio da llevaba a mi hijo a la escuela, acompañada                del inclemente sol de El Salvador, y extrañando la comodidad                de un automóvil particular, cuando de pronto, la nostalgia,                esa maldita nostalgia que se instaló a vivir en mi alma,                volvió a jugar con mis recuerdos y me trajo los buenos tiempos                en mi patria. El tiempo en el que creía en todo y le juraba                a cualquiera que no haba nada imposible de alcanzar. El tiempo en                el que tenía "asegurado" mi futuro y el de mi hijo;                el tiempo en el que vivíamos todos junto a la familia y nos                reuníamos cada sábado o domingo a comer frijoles sin                saber que esos eran los mejores momentos y los que alimentíaran                vorazmente a mi nueva inquilina: la nostalgia. 
Me volví a preguntar qué había                pasado con mis 27 años de trabajo y esfuerzo, esos que me                garantizaban que nunca nos iba a faltar lo indispensable, que las                palabras "pobreza", "hambre", "mendigar",                "hacina-miento" y "lástima", nunca visitaran                mi alma. Y como siempre, desde hace 11 meses, el silencio fue la                única respuesta y el estoicismo la mejor alternativa.
               
Ya son muchas preguntas sin respuestas que                me he hecho desde que tuve que salir de mi pas porque alguien a                quien ni siquiera conozco, nos condenó a muerte, a mí                y a mi hijo, por andar diciendo la verdad. Por querer demostrar                que en Colombia sí hay 3 millones de desplazados internos                y miles más en el exilio. Por querer comprobar que la muerte                ha dejado más muertos en vida, que los mismos muertos. Por                querer contar que las mujeres del campo y la selva se quedaron sin                sus hombres y andan por ahí endindose o vendiendo a sus hijos,                para no morirse de hambre. Por pintar con imágenes los pueblos                fantasma, las plantaciones y los cultivos arrasados, quemados y                abandonados, que pasaron ahora a manos de los que decretaron desde                hace años el ingreso del horror a mi país.
               
Por eso, sólo por eso, yo estoy ahora                aquí, sin el "futuro seguro" que me labra. Viviendo                en una casa de huéspedes, con toda mi vida esperando a que                la saquen de las 4 maletas y las tres cajas de cartón en                que la meté. Con mis zapatos refundidos entre la caja de                juguetes de mi hijo con las fotos de mis hermanas y mi mamá                guardadas en una bolsa plástica, para que lleguen bonitas                al próximo portarretratos que les compre; con el libro de                cocina colombiana que me traje para que la distancia no borrara                de mi memoria cómo hacer un sancocho de gallina. Y con mis                diplomas y premios de periodismo arrancados de sus flamantes marcos,                para que conste que sí pasó muchos años de                mi vida asegurándome un buen futuro, para mí y para                mi hijo. Y en medio del equipaje, colgadas del tiquete de regreso                que nunca us, surgen desalmadas las preguntas . Porqué tengo                que esperar a que alguien me regale el almuerzo de hoy? Porqué                estoy recolectando zapatos, ropa, cuadernos y hasta dinero? Porqué                tengo que lavar baños y arreglar cuartos, si estuve 4 años                en la universidad estudiando periodismo y otros 20 trabajándolo?                Porqué estoy aquí convenciendo a un gobierno extraño                de que me d permiso para trabajar legalmente? Porqué tengo                que convencer al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los                Refugiados, de que mi hijo necesita estar junto a su familia. Y                yo también.? Porqué tengo que escribir tantos papeles                para demostrarle a un montón de gente que no conozco, que                esos números en sus archivos corresponden a seres humanos                con nombres, con alma, con sueños perdidos, con hijos sin                futuro, con derechos. Si, con DERECHOS.
               
Y asi están todos los demás: Juan Carlos, su esposa y sus tres hijos; Carlitos, Claudia y sus dos hijos; la viuda del sindicalista, que llegó también con dos menores; la familia Castro, la señorita Gómez, y el nuevo, que llegó esta semana, augurando que ya vienen los demás haciendo parte de la lista de refugiados en El Salvador, y agrandando la de Colombianos exiliados en el mundo.Todos ellos tienen el mismo huésped viviendo en sus almas: la bendita nostalgia. Sí, ahora la bendigo porque gracias a ella tengo vivos los mares, los ríos, las montañas, el desierto y la selva de mi Colombia. Tengo viva la sonrisa de mi madre y los abrazos de mis sobrinos.los regaños de mis amigos y las advertencias de mis hermanas. Tengo vivo el dolor de ver a los nñios negros en las frías esquinas de Bogotá, aprendiendo a vivir en el exilio interno, extrañando los platanales y la selva del chocó.
Tengo vivas la rabia y la impotencia ante                el enemigo oculto y traicionero. Y tengo vivas las palabras de Mario                Benedetti, cuando decía:
               
"Para matar al hombre de la paz,
               para golpear su frente limpia de pesadillas,
               tuvieron que convertirse en pesadilla.
               Para vencer al hombre de la paz,
               tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte,
               matar y matar ms para seguir matando
               y condenarse a la blindada soledad.
               Para matar al hombre que era un pueblo
               tuvieron que quedarse sin el pueblo"